RÍO BRAVO
Solíamos caminar
a la orilla del río
del lado en que el olor de los naranjos se perdía
con el de los cuerpos putrefactos
de los catanes
que los niños habían abandonado sobre la arena.
Eran los días
en que la sal del Golfo
nos raspaba la nariz
y la tez del cielo
se volvía la nuestra.
Habíamos aprendido a jugar con el sol
al otro lado del río
donde aún podíamos escuchar
que alguien nos esperaba.
Conocíamos
el lenguaje de las plantas
porque las habíamos contemplado
dialogar con sus sombras.
A pesar de que eso nos reconfortaba
y nos hacía sentir en casa,
nos sabíamos extranjeros
en el lugar al que alguna vez
llamamos patria.
TOQUE DE QUEDA
En aquél entonces
la noche sonaba al motor V8
de un viejo Mustang
azul cromado
con placas de Texas.
El zumbido que empezaba
en un extremo de la calle
hacía vibrar los mosquiteros en las ventanas
y levantaba la tierra que el paso de los carros
había amontonado a los costados de la vía.
Cuando el brillo azulado del Mustang
pasaba como fantasma por la ventana
rascando el viento
apagábamos las luces
y esperábamos a que se perdiera
al otro extremo de la calle
donde el pavimento cedía a la terracería
y se levantaban las lápidas
del antiguo cementerio comunal.
Entonces nos asomábamos
por el borde de las cortinas
y descubríamos a la oscuridad del cielo
descender en el polvo
hasta asentarse
de nuevo
en el pavimento.
Era hora de dormir
LA MIGRA
Vi a seis hombres armados subir a un camión
que se dirigía al norte de Texas.
Sentado en un banco de la central
vi a los seis hombres bajar de una patrulla
y entrar a la estación de camiones
como si algo grave hubiera sucedido.
Caminaban deprisa
vestidos de verde pino
con las manos listas para desenfundar
sus armas
y en sus lentes oscuros
ocultaban la misma ira
con la que el viento ardiente
azotaba sus rosadas caras.
Nada había pasado en la central
por Dios
pero los hombres iracundos
se abrían paso
a toda velocidad
por entre las maletas y los pasajeros
con la mirada fija en un Greyhound.
El sol se hundía en el parabrisas
cuando abordaron la unidad.
Momentos después
como en una procesión
descendieron los seis uniformados
tomando por el brazo
a una señora chica, chiquita
que parecía un niño a su lado.
Era el otoño.
La rama de un olivo
se partió en dos.
DETUVE LA CAMIONETA
Detuve la camioneta
cuando un grupo de hombres armados me lo indicó.
Enfrente había un auto estacionado
sobre el boulevard
a un costado del canal Anzaldúa,
un extenso hilo de agua
donde los niños nadaban con dirección al sur
y los hombres pescaban
lo que la corriente
había arrastrado consigo
desde el Río Bravo
La tarde olía a las naranjas
putrefactas
que la gente no recogía
en esa tierra de nadie
El auto estaba rodeado
por personas que cubrían sus rostros
con pasamontañas
y que retenían en su pecho
las siglas de la muerte
Los sin cara
apuntaban sus fusiles de fuego
a una mujer cuyo rostro
se hundía en el pavimento.
La tomaron por el mecate
que amarraba sus brazos por la espalda
y la arrastraron a la orilla del canal
frente a mis ojos
Ella cayó de rodillas
en un cuadro de pasto seco
El sol quemaba al horizonte
de rojo
A donde se dirigiera el río
sus aguas arrastraban consigo
la muerte
MATEO MANSILLA – MOYA (Ciudad de México, 1994). Es fundador y Director General de Cardenal Revista Literaria. Ha publicado dos poemarios: De sueños rotos, promesas olvidadas y un final feliz (Acribus editorial, 2016) y La temporada de ballet clásico ha terminado (Buenos Aires Poetry, 2019). Ha publicado en las revistas Mood Magazine, Por Escrito, El puro cuento, y en numerosas revistas de investigación jurídica. Recibió una mención honorífica en el Decimocuarto Concurso Nacional de Cuento Preuniversitario “Juan Rulfo”, convocado por la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México y la Fundación Juan Rulfo. Participó en el 7° Rio Grande Valley International Poetry Festival (2013) y en el 9° Festival Internacional de Poesía Ignacio Rodríguez Galván (2019). Estudió Derecho en el Colegio de Derechos Humanos y Gestión de Paz de la Universidad del Claustro de Sor Juana.
Cortesía del autor
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